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Estas palabras aún están resonando fuerte en mi interior. La meta de estas personas es disfrutar de la vida con pareja para crecer y conocerse mejor a sí mismos a través de su relación de su pareja.
Primero, escuché esta reflexión de una amiga entrando en los cuarenta. Su pareja, un hombre de cultura y raza distinta a la suya, y ella llevan más de dos años saliendo juntos. Me dijo, "en estos momentos de mi vida voy a permitirme hacer lo que me apetece, sin importarme las opiniones de la gente. Somos distintos, pero mi meta es encontrar puntos en común y vivir el presente. Con otra persona me conozco más a mi misma. Voy a darme tiempo y darle a él espacio. Su familia y sus cosas se parecen más a las mías que a las de mucha gente de una cultura aparentemente similar a la mía".
La segunda vez que escuché esta reflexión fue de un amigo que ha estado de viaje tres semanas. Lo llamé por teléfono para preguntarle como le había ido el viaje y entusiasmado me contó la siguiente anécdota: "Conocí a una pareja de apenas veinte años. Eran de Colombia y el muchacho me dijo que tener una relación estable con una pareja le hacía conocerse mejor a sí mismo". Mi amigo estaba sorprendido de la madurez de esa joven pareja y me transmitió esa poderosa emoción por teléfono.
La meta de muchas parejas es compartir el momento, divertirse, no estar solos, tal vez amarse e incluso hacer una familia. Cuando la meta es todo eso y además conocerse a sí mismo a través del otro me parece un poderoso sentimiento, lleno de ternura, confianza y fuerte personalidad.
No olvidemos que la identidad como personas la establecemos con la mirada del otro.
Esta meta me recuerda a un pez, la carpa Koi, cuyo cuento os invito a escuchar:
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